LITERATURA .
Profesora Gabriela García
CURSOS: 4° 5ta
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Asunto:
Actividadades de continuidad pedagógica N° 2. Mitología
Filemón
y Baucis
En una colina del país de Frigia vive un roble milenario y, a su lado,
un tilo de la misma edad; ambos están rodeados de un viejo muro. Algunas
coronas penden de las ramas de la vecina pareja y no lejos de ella un lago
pantanoso extiende sus aguas encharcadas. Lo que en otros tiempos fue tierra
habitada, es ahora mansión de somorgujos y garzas. Un día llegaron a aquella
comarca Zeus y su hijo Hermes, provisto éste de su caduceo, pero no del alado
casco. Habían adoptado la figura humana para poner a prueba la hospitalidad de
los hombres; por eso llamaron a mil puertas en demanda de cobijo para la noche;
pero el carácter de los habitantes era duro y egoísta, y los celestiales no
hallaron acogida en ninguna parte.
Pero he aquí que una diminuta cabana se levantaba en el extremo del
pueblo, baja y reducida, con tejado de paja y cañas. Sin embargo, en ella
moraba un matrimonio feliz, el anciano Filemón y su esposa Baucis, de igual
edad que él. Allí habían visto transcurrir juntos la alegre juventud y allí habían
encanecido a un tiempo sus cabellos. No ocultaban su pobreza y soportaban con
buen ánimo su mezquina suerte, contentos y apacibles, unidos por un amor
sincero, aunque sin hijos, compartiendo solos la humilde choza.
Al acercarse las altas figuras de los dioses a la pobre cabana y cruzar,
agachando la cabeza, la baja puerta, salióles al encuentro, con un cordial
saludo, la honrada pareja. El anciano les ofreció un asiento que Baucis se
apresuró a cubrir con toscas telas. La viejecita corrió al hogar y revolviendo
las tibias cenizas en busca de un rescoldo, amontonó maderitas y ramillas y
soplando débilmente avivó la llama de entre la humareda. Trajo luego leña
partida y la puso bajo el pequeño caldero que colgaba encima del fuego.
Entretanto, Filemón había ido al bien regado huerto por unas berzas, que mi
mujer deshojó diligentemente y, descolgando luego con una horquilla de doble
púa un lomo de cerdo ahumado que pendía del ennegrecido techo del aposento
(lomo que llevaban mucho tiempo guardando para alguna ocasión solemne), cortó
un buen pedazo y lo echó en el agua hirviendo. Para que a los forasteros no se
les hiciera larga la espera, esforzándose en entretenerlos con una charla
inocente. Además vertieron agua en el barreño de madera para que sus huéspedes pudiesen
refrescar los pies.
Con amable sonrisa aceptaron los dioses lo que tan amorosamente se les
ofrecía, y mientras descansaban sus pies en el agua, sus buenos anfitriones les
preparaban el diván. Ocupaba éste el centro de la habitación; el colchón estaba
relleno de juncos, las patas y el armazón eran de mimbre; pero Filemón trajo
tapices que sólo para días de fiesta se reservaban —¡ay! también eran ya viejos
y gastados, a pesar de lo cual los divinos huéspedes se sentaron gustosos
sobre ellos para saborear la comida, ya preparada. Pues entonces la viejecita.
arregazada y con mano temblorosa, colocó la mesa de tres pies delante del diván
y, viendo que no se sostenía con la debida firmeza, introdujo un casco debajo
de la pata corta; luego perfumó la tabla frotándola con hierba buena y sirvió
los manjares. Había aceitunas, cerezas silvestres de otoño, confitadas en un
jugo espeso y transparente; achicoria, remolacha, un queso rústico y huevos
cocidos al rescoldo. Todo lo sirvió Baucis en vasijas de loza; trajo luego un
pintado jarro de alfarería y un bien tallado vaso de madera de haya, alisado
interiormente con cera amarilla. No era ni muy añejo ni demasiadamente dulce el
vino que trajo el honesto anfitrión. A continuación vinieron del hogar las
viandas calientes; las copas fueron retiradas con el fin de dejar sitio para el
postre. Fueron servidas nueces, higos y dátiles pasos, dos cestitas con
ciruelas y aromáticas manzanas, y no faltaron tampoco uvas de la purpúrea
parra; destacábase en el centro un blanco panal de miel. Pero la mejor salsa de
la comida fueron sin duda las caras hospitalarias y bondadosas de los
excelentes viejos, en las que se reflejaban la liberalidad y el candor.
Mientras todos se recreaban saboreando las viandas y las bebidas,
Filemón observó que, a pesar de que se llenaban una y otra vez las copas, el
jarro nunca se vaciaba y el vino llegaba en todo momento hasta el borde.
Entonces comprendió, con pasmo y sobresalto, a quiénes albergaba. Lleno de
angustia, él y su anciana compañera rogaron a sus huéspedes, con los brazos
levantados y bajada humildemente la mirada, que considerasen con benignidad
aquel pobre convite y no se ofendieran por lo defectuoso del acogimiento. ¡Ah!,
¿qué podían ofrecer a los celestiales huéspedes? Pero, ¡sí! Fuera, en el
pequeño corral, tienen una oca, la única; la sacrificarán en seguida. Salen
ambos corriendo, pero el animal es más ligero que ellos; con chillidos y
aletazos escapa al jadeante viejo, forzándole a correr en todas direcciones,
hasta que por fin se mete en la casa y va a refugiarse detrás de los
forasteros, como pidiéndoles protección. Y la protección le fue concedida; los
invitados, saliendo al paso del celo de los ancianos, dijéronles con labios
sonrientes:
—¡Somos dioses! Para probar los sentimientos hospitalarios de los
humanos descendimos a la Tierra. Vuestros vecinos se mostraron desalmados y no
escaparán al castigo; en cuanto a vosotros, dejad esta casa y seguidnos a lo
alto de la montaña, para no sufrir sin culpa la sanción que aguarda a los culpables.
Los viejos obedecieron; apoyándose en sus bastones, emprendieron
penosamente la subida del empinado monte. Faltábales aún un tiro de flecha para
llegar a la cúspide, cuando, volviendo atrás los ojos, vieron toda la campiña
convertida en un mar tumultuoso; de entre todos los edificios, sólo su casita
emergía aún. Mientras contemplaban atónitos aquel espectáculo, deplorando la
suerte de los demás, he aquí que la pobre y vieja cabana se transformó de
pronto en un esbelto templo; sostenido sobre columnas, brillaba la dorada
techumbre y el suelo era de mármol.
Entonces Zeus dirigióse con semblante bondadoso a los viejos, que
temblaban, y les dijo:
—Decidme, tú, probo anciano, y tú, su digna esposa, ¿cuál es vuestro
mayor deseo?
Después de cambiar unas pocas palabras con su compañera, respondió el
hombre:
—¡Quisiéramos ser tus sacerdotes! Concédenos la merced de guardar aquel
templo. Y puesto que tantos años hemos vivido en plena armonía, haz que los dos
muramos a la misma hora; de este modo no tendré yo que ver nunca la tumba de mi
esposa querida, ni tendré que ser sepultado por ella.
Su deseo fue realizado. Ambos fueron los guardianes del templo durante
el resto de su existencia, y cuando un día, curvados bajo el peso de los años,
se encontraban juntos ante las gradas del altar pensando en su maravilloso
destino, de pronto vio Baucis a Filemón y Filemón a su Baucis transformarse en
verde follaje y en torno a sus rostros levantáronse sendas umbrosas copas.
—¡Adiós, querido!
—¡Adiós, amada! —estuvieron repitiéndose mientras les quedó aún voz.
Y así terminó la digna pareja, él metamorfoseado en roble, ella en tilo,
y allí continúan juntos en la muerte, inseparables como lo fueron en vida. Son
como dioses los que amaron a los dioses, y quien fue piadoso merece nuestro
piadoso homenaje.
Respondan las siguientes preguntas:
1) ¿Cuál es el marco
en que se desarrolla esta la historia?
2) ¿Qué hacían allí
los dioses? ¿Por qué crees que iban disfrazados?
3) ¿Qué diferencia se
plantea entre la actitud de los ancianos y la de sus vecinos?
4) ¿Cómo reaccionan
los dioses?
5) ¿Qué sucede finalmente
con la pareja de ancianos
6) ¿Dentro de qué
género literario incluirían a este relato, cuál es su subgénero? Justifiquen
7) ¿Cuál es el mensaje
que a tu opinión nos quiere dejar este texto?¿Se puede adaptar a nuestros
días?¿Por qué?